Columna publicada en Ciper Chile
La elección parlamentaria que celebró el Reino Unido este jueves 12 de diciembre fue la tercera en cuatro años y la cuarta elección al hilo en que el partido conservador gana una mayoría. Esta ha sido la tónica de la política británica en el último siglo, en el que los conservadores son más exitosos que la alternativa laborista. Sin embargo, la victoria de esta semana es histórica, no solo porque Boris Johnson logró una mayoría similar a los mejores momentos de Margaret Thatcher, sino también porque el laborismo se encuentra en su peor momento desde antes de la Segunda Guerra Mundial.
En esta columna discutiré la primera evidencia disponible sobre el resultado de los principales partidos, además de presentar una reflexión sobre cómo esta elección nos puede dar lecciones para nuestra propia política en Chile.
CORBYN EL INELEGIBLE
Quizás uno de los hechos menos controversiales a pocas horas de la elección es que ésta fue principalmente una derrota catastrófica del proyecto de Jeremy Corbyn, más que una victoria de Boris Johnson y los conservadores. Para eso es importante revisar algunos datos. El primero corresponde al cambio en la votación popular, donde el laborismo cayó 8 puntos, mientras que los conservadores solo aumentaron 1,2 puntos.
Es más, si bien una buena parte de los votos tradicionalmente laboristas terminaron en manos de los conservadores, otra parte se la llevaron los Liberales Demócratas, el Partido Nacionalista Escocés y el Partido Brexit. Debido al sistema mayoritario británico, donde se elige solo un parlamentario por distrito, eso significó que los conservadores y los nacionalistas en Escocia capitalizaron el desangre laborista.
Una encuesta hecha por la empresa Opinium Research a pocas horas de la elección le preguntó a una serie de personas que no habían votado por el laborismo cuál era la principal razón para elegir otro partido.** Mientras solo un 12% mencionó el programa de gobierno y las medidas económicas, y un 17% dijo que había sido por la posición del partido sobre Brexit, un contundente 43% planteó que había sido por el liderazgo de Corbyn.** Si bien esto no es sorprendente, dado que Corbyn era el líder de la oposición con la peor evaluación en décadas, nadie esperaba que la debacle fuera tan contundente.
Para entender esta reacción al líder laborista es importante considerar componentes históricos. Corbyn no solo es el parlamentario más díscolo que ha pasado por la Cámara de los Comunes, sino que además ha sostenido consistentemente posiciones que están en las antípodas de los electores de zonas obreras. Por ejemplo, Corbyn tuvo una postura considerada como demasiado suave –o incluso de apoyo– al IRA durante los problemas con Irlanda del Norte. Para zonas como Manchester o Warrington, que fueron bombardeados por los nacionalistas irlandeses, la idea de un líder que en su momento invitó a los líderes del IRA al Parlamento como primer ministro, era más de lo que estaban dispuestos a soportar.
Si a eso le sumamos la cercanía de Corbyn con representantes de otros grupos cuestionables, como Hamas, construyeron la imagen perfecta de un líder poco patriótico y demasiado obsesionado con la política exterior. Eso sí, el líder del laborismo no siempre estuvo en el lado equivocado en estos temas, al contrario. Fue uno de los primeros en movilizar apoyo a los chilenos exiliados en la dictadura y fue un opositor férreo a la guerra de Irak. El problema es que sus errores pesan más que sus aciertos.
Pero no todo el rechazo a Corbyn tiene que ver con el pasado. Su llegada al poder dentro del laborismo fue de la mano de un grupo nuevo de militantes que ingresaron al partido después de la elección del 2015. Entre ellos estaba el grupo de presión llamado Momentum, además de una serie de figuras más conocidas en la izquierda como Corbynistas. Este grupo no solo desplazó a los otros sectores del laborismo, sino que aplicó una estrategia de culto al líder y tribalismo que terminó por romper las relaciones con las bases tradicionales del partido.
Corbyn y sus aliados nunca pusieron las elecciones nacionales en la primera prioridad. Para ellos era más importante controlar el partido que ganar elecciones. Un reflejo claro de eso es lo que ocurre hoy, en que el líder laborista no ha renunciado y sabe que nadie puede obligarlo: tiene control absoluto de la mayoría de los militantes.
Pero el golpe de gracia se lo dio él mismo al tomar posturas ambivalentes en dos temas clave: las acusaciones de antisemitismo en su partido y Brexit. Lo primero se refiere a una serie de ataques que recibieron parlamentarios y activistas judíos del partido laborista por parte de sectores del corbynismo. El problema es uno clásico en la izquierda: la incapacidad de separar la crítica política al Estado de Israel y su política de ocupaciones ilegales en la Palestina del antisemitismo. Si bien el laborismo ha sido históricamente una casa abierta a las comunidades judías más liberales, estos mismos sectores se vieron fuertemente violentados por la lenta respuesta de Corbyn al problema.
Sobre Brexit, la historia es conocida. Corbyn ha sido un histórico euroescéptico y, a pesar de declarar públicamente su apoyo a quedarse en la UE en 2016, nunca logró mostrar liderazgo. Su última postura de ofrecer un nuevo referéndum se interpretó como una continuación de la incertidumbre. Si a eso le sumamos que el mismo Corbyn declaró que él sería neutral en caso de un referéndum, tenemos la receta perfecta.
Ahora el laborismo debe reconstruirse y buscar una nueva coalición amplia que sea capaz de mantener unidas las políticas públicas propuestas por Corbyn (que son ampliamente populares) con las urgencias de los sectores tradicionalmente asociados al laborismo.
BORIS JOHNSON Y EL NUEVO PARTIDO CONSERVADOR
Johnson tiene todas las razones para estar feliz. No solo logró ganar un mandato claro para llevar adelante sus planes de Brexit, sino que además sacó una mayoría de asientos en el Parlamento que le permiten pasar toda la legislación que quiera sin mayores problemas.
Esto significa que el Reino Unido finalmente, y después de tres años y medio, saldrá de la Unión Europea en los términos del acuerdo firmado hace unos meses entre Johnson y los negociadores de la UE.
Pero Brexit es un proceso en dos etapas. La primera es establecer los términos de la salida, que es lo que ocurrirá a fines de enero. La siguiente etapa es negociar los términos de la relación futura entre ambas partes, una decisión clave pues puede definir qué tan cercanos son en términos comerciales y políticos.
Este proceso se espera tan tortuoso como el primero, pero al menos Johnson tendrá mucha más maniobra, ya que los sectores euroescépticos más duros tienen menos poder que antes. Así, varios analistas han planteado que veremos un Brexit mucho más suave de lo esperado. No hay que olvidar que Johnson nunca ha sido un euroescéptico duro y que sus posturas siempre han sido más cercanas a la idea de una salida más suave.
Los conservadores además derribaron el llamado “muro rojo”, una serie de distritos en el norte de Inglaterra que votaban consistentemente por el laborismo. Entre ellos hay pueblos mineros, con empresas de manufactura y zonas tradicionalmente de clase trabajadora. Es decir, los conservadores ahora representan a sectores de la población que nunca han tenido que representar: aquellos que más quieren un Estado fuerte y que dependen de mayor manera del Estado de Bienestar. Esto es un escenario completamente nuevo y el mismo Johnson lo advirtió en sus primeros discursos después de la elección.
El mismo partido que lideró una política de nueve años de austeridad cruel, que afectó a las mujeres y a los más pobres y que tiene unos de los peores récords de pobreza de los últimos años, tendrá ahora que gobernar para el mismo sector de la población al que ignoró y perjudicó por años. Eso se refleja en las promesas de Johnson de aumentar el gasto público en salud, educación y seguridad. Quizás, de forma paradójica, la austeridad empieza y termina en la derecha.
El otro desafío que tiene Johnson es sanar las heridas en su partido. Durante su mandato anterior tensionó a su partido al borde del quiebre y sufrió la renuncia de muchos de los sectores más moderados. Ahora tiene por delante la necesidad de atraerlos de vuelta para poder hablarles a esos mismos votantes que abandonaron a la izquierda.
LECCIONES
Ya hay algunos que comparan lo ocurrido en el Reino Unido con el desarrollo de otras propuestas de izquierda en el mundo, como la candidatura de Bernie Sanders en los EE.UU. o incluso el futuro de la centroizquierda en Chile. Las similitudes existen, principalmente en términos de política pública. Pero esas comparaciones son apresuradas y desconocen que el principal factor del fracaso laborista no fueron sus propuestas, sino que la cara que las presentaba.
Una de las fallas del laborismo fue la de dejar de lado esa coalición amplia de la centroizquierda entre los sectores moderados, las clases trabajadores más conservadoras en términos valóricos, los votantes urbanos más preocupados de temas posmaterialistas y un creciente electorado joven que busca igualdad racial, de género y para los sectores LGBT+.
La clave es cómo construir una convivencia en vez de una competencia entre todos estos intereses que, en el fondo, están buscando resistir a las opresiones del sistema económico y político. El laborismo abandonó a una buena parte de sus votantes por perseguir causas nobles, pero lo hizo enfocándose en las diferencias y no en las equivalencias entre cada una de estas luchas.