Publicado junto a Stephanie Alenda originalmente en Ciper
En esta columna, nos preguntamos con qué ideas la derecha podría llegar unida a la convención constitucional, analizando las diferentes posiciones que ha suscitado el plebiscito sobre la nueva Constitución y explorando las diferencias ideológicas que existen en Chile Vamos de cara a una eventual renovación del ideario del sector. Mostramos que el resultado del plebiscito, más que fracturar a Chile Vamos en dos posiciones irreconciliables, ha tendido a reforzar una vez más la sensibilidad interna que guarda mayor sintonía con las demandas de la ciudadanía: la sensibilidad “solidaria” que ya caracterizaba a una minoría holgada de los dirigentes de Chile Vamos en 2016. Como mostramos anteriormente, un tercio de ellos se declaraba entonces favorable a aumentar la carga tributaria personal para financiar políticas del ámbito de la protección social. En cambio, la fractura más nítida se produce con la derecha radical y defensora del statu quo de José Antonio Kast.
PLEBISCITO Y VOTO REFORMISTA DE CHILE VAMOS
La literatura comparada ha mostrado que los plebiscitos como instancias de democracia directa podían tener un efecto polarizador en la población, dado su carácter binario. Por ejemplo, en un análisis sobre la composición del electorado del Brexit, Hobolt, Leeper, and Tilley (2020) mostraron que el referéndum de 2016 generó un nivel de polarización afectiva, que escapa a las identificaciones partidarias y se relaciona con una serie de adscripciones identitarias (raza, edad, ubicación geográfica, ideología, entre otros). Ese patrón hubiese sido plausible en Chile, donde la desafección con los partidos políticos es extrema (2% de identificación en la última encuesta del CEP) y donde las movilizaciones han tendido a activar el clivaje tipo de los momentos populistas: el pueblo vs. las élites. En los hechos, el voto por el Apruebo fue demasiado abrumador (78%) como para polarizar a los Chilenos. Consiguientemente, el Apruebo/Rechazo no polarizó a la población en el eje izquierda/derecha pues entre un tercio y el 50% de quienes se identifican con la derecha votaron por la primera opción; tampoco puso al descubierto una brecha generacional, ya que el porcentaje de jóvenes votantes aumentó y se equiparó a generaciones más viejas. Por último, en las tres comunas emblemáticas del sector oriente, si bien se impuso el Rechazo, entre un tercio y el 44% de las preferencias se fueron al Apruebo, mientras a nivel nacional, según la encuesta Cadem, dos tercios del estrato alto habría abrazado esa alternativa (Cox, 2020).
El resultado del plebiscito instaló, sin embargo, la idea de una derecha partida en dos sobre el eje que separa a las comunas de más altos ingresos del sector oriente donde se concentró el electorado del Rechazo, de las demás. Buscamos verificar empíricamente esta afirmación recurriendo a la encuesta realizada por Cadem la noche del plebiscito, preguntándonos por los principales predictores del voto por el Rechazo. Los modelos que ocupamos muestran que son escasas las variables que permiten predecir la preferencia por el Rechazo.
Donde sí encontramos diferencias significativas es en términos de religión (los evangélicos son más favorables al Rechazo que los católicos y quienes se identifican con otras religiones) y entre algunos niveles socioeconómicos (los grupos C3 y D son menos proclives al Rechazo que el C1, pero no así el E). También entre quienes declaran haber votado por Sebastián Piñera en la segunda vuelta de 2017, el rechazo tuvo un apoyo más contundente, lo que podría explicarse por el hecho de que el primer mandatario ganó la última elección presidencial en 13 de las 15 regiones del país sin contemplar en su programa cambiar la Constitución.
En todas las otras categorías ganó el Apruebo, aunque unos grupos tienen un porcentaje significativamente menor a otros (ver modelo 1 en anexo). Los resultados no evidencian un claro clivaje de clase explicativo del voto (aunque se haya producido un aumento de la participación electoral en las comunas periféricas del Gran Santiago), ni un contundente factor etario (aun cuando los jóvenes parezcan haber retomado el camino a las urnas).
El examen de las motivaciones detrás de esta votación conduce a resultados aun más sorprendentes. Según los datos de la encuesta Cadem, la mayoría de quienes votaron por el Apruebo lo hicieron con objetivos relacionados con la instalación de derechos sociales efectivos y el propiciar modificaciones institucionales (49% lo hizo para garantizar derechos sociales, 19% para terminar con la Constitución de Pinochet, 9% para cambiar el modelo neoliberal y otro 7% para cambiar el sistema político).
En el caso de los electores de derecha por el Apruebo, se impuso también la percepción de que la nueva constitución ofrece una vía para asegurar nuevos derechos y cambiar el sistema político. Resulta sin embargo interesante que ningún votante de esa sensibilidad política mencione como objetivo cambiar el modelo neoliberal.
La pregunta es cuánto de esos anhelos son compartidos por quienes votaron por la opción contraria. La encuesta tiene una pregunta sobre las motivaciones a la hora de sufragar, donde se pedía a los encuestados que habían declarado votar por el rechazo responder si estaban de acuerdo con la idea de “rechazar para reformar”. Entre las primeras y segundas menciones, un 71% de los votantes por el Rechazo declara que se debe reformar la Constitución. Dentro de ellos, cuando buscamos predecir la opción por reformar la Constitución en contraste con el resto a través de otro modelo de regresión, no se observan diferencias significativas entre los distintos grupos (ver modelo 2 en anexo). La única variable con poder predictivo es el género: las mujeres del Rechazo son mucho más proclives a querer reformar la Constitución que los hombres.
El voto por el Rechazo aparece así como un voto heterogéneo, principalmente moderado, reformista, con matices más o menos emocionales (Navia, 2020), que por lo mismo no puede ser confundido en bloque con la violencia de las marchas donde flameaban imágenes de Pinochet y de apoyo a Donald Trump, ni con la [conformidad con un statu quo contrario a la modificación de la Carta Magna.]9https://www.eldinamo.cl/nacional/2020/02/29/jose-antonio-kast-marcha-por-el-rechazo/ El alcalde histórico de la comuna donde arrasó la opción Rechazo, Raúl Torrealba (RN), quien fue también parte integrante de los alcaldes quienes organizaron a fines de 2019 una consulta a la ciudadanía sobre el cambio a la constitución, interpretó en este sentido ese voto como un miedo a la incertidumbre, pero sin que esto signifique una resistencia al cambio (Morel, 2020). En lo que sí los electores del Rechazo reformista podrían coincidir con un Rechazo más duro, es en considerar que sus representantes claudicaron en la defensa de sus “convicciones” cuando se inclinaron por el Apruebo. A nivel de las élites de Chile Vamos, este repliegue identitario caracterizó a los representantes del ala derecha de la coalición quienes, ante los embates de la “izquierda radical”, plantearon tempranamente la necesidad de reafirmar el ideario del sector votando por el Rechazo (Alenda, 2020a).
Queda por último abierta la incógnita sobre cómo hubiesen votado quienes no concurrieron a las urnas el 25 de octubre. Por semanas supimos que los votantes del Rechazo eran menos proclives a votar y es plausible que muchos se hayan restado del plebiscito. Sin embargo, y como muestra la literatura especializada sobre la derecha radical, la “intensidad doctrinaria” (Charlot, 1971) de este tipo de formaciones partidarias juega un “rol directivo” central en su accionar, por lo que cuesta creer que los defensores más duros del Rechazo hayan estado desmovilizados el día en que Chile se jugaba el futuro. Esta hipótesis confirmaría que la opción Rechazo expresó principalmente una disposición a reformar la Constitución. Este resultado permite asumir que existen espacios de encuentro entre los votantes de derecha del Apruebo y del Rechazo, ya que entre los últimos un porcentaje significativo no se ubica en el inmovilismo ideológico, al igual que los dirigentes de Chile Vamos quienes defendieron el “Rechazar para reformar”. En cambio, la única verdadera fractura que parece haber revelado el proceso constitucional es la que separa a los partidarios del voto de la derecha radical por el Rechazo del voto reformista por el Rechazo.
Sin embargo, coincidir en la disposición a reformar la actual Constitución no implica la existencia de posiciones uniformes al interior de la coalición. Al contrario, más allá de mostrar divergencias sobre el mecanismo, da cuenta de ciertos matices -pero también puntos de convergencia- sobre ciertos contenidos que serán debatidos en la convención. Revela en este sentido un fortalecimiento del ala centrista de Chile Vamos que aleja el conglomerado de los extremos y parece descansar en cimientos sociológicos presentes tanto a nivel de las élites de derecha como del electorado.
SENSIBILIDADES DISTINTAS, PERO CONVERGENTES
En una encuesta realizada en 2015-2016, en los tres principales partidos de Chile Vamos, la misma proporción mayoritaria de dirigentes (55%) “subsidiarios” opinaba que el estado debía jugar un rol residual supliendo las deficiencias del mercado mediante políticas de focalización del gasto público. Por su parte, una minoría (13%) de “ultraliberales” o libertarios rechazaba cualquier injerencia de éste en la economía. Y un tercio de “solidarios” se declaraban favorables a aumentar la carga tributaria personal para financiar políticas del ámbito de la protección social (Alenda, Le Foulon, Suárez-Cao, 2020). Hemos analizado aquellas posiciones distintas como “sensibilidades”, noción con la que se buscó subrayar el carácter maleable y permeable de las identidades colectivas que resultan de un trabajo constante de construcción y de recomposición.
Podemos formular la hipótesis que a cada sensibilidad corresponde, a grandes rasgos, una posición respecto al plebiscito: la primera (subsidiaria) es la más cercana del “Rechazar para Reformar”, la segunda (libertaria) del voto radical por el Rechazo, defendido por el Partido Republicano o ciertas expresiones “capitalistas revolucionarias” y la tercera (solidaria) del Apruebo. Los resultados de nuestra encuesta muestran una tendencia en ese sentido. Mientras solo un 15% de los ultra-liberales estaba de acuerdo con establecer una nueva Constitución, un 29% de los subsidiarios y un 46% de los solidarios lo estaban. Ya en 2016, la sensibilidad solidaria aparecía como la más progresista de las tres y un sector de Chile Vamos era favorable al cambio de la Constitución (el 61% de Evópoli, el 35% de RN y el 21% de la UDI). Esto a su vez reflejaba la diversificación de la composición social de las dirigencias, en relación con lo que sostiene la literatura especializada sobre la derecha en América Latina (Alenda, 2020b). Lo poco que sabemos sobre los electores de derecha coincide con nuestros hallazgos sobre las élites de Chile Vamos: según la encuesta Cadem de julio de 2020 (Especial La derecha mira a la derecha), entre los Chilenos identificados con el sector, un 56% lo hacía con la centro-derecha, un 44% con la derecha; un 48% pertenecía a los sectores altos y un 52% se distribuía entre sectores medios y bajos (30% bajos / 22% medios). Por lo tanto, no es de extrañar que entre un tercio y un 50% del electorado de derecha se haya inclinado por el Apruebo.
El resultado del plebiscito fortaleció así las tendencias progresistas al interior de la coalición y a los liderazgos “solidarios”, tanto subnacionales (los alcaldes con mayor valoración positiva de parte de la ciudadanía, como Joaquín Lavín, Evelyn Matthei o el recién nombrado Ministro del Interior, Rodrigo Delgado) como nacionales (el ex presidente de RN, Mario Desbordes, quien jugó un rol clave en el Acuerdo del 15 de noviembre o Sebastián Sichel, presidente de BancoEstado). Por su parte, el segundo retiro del 10% de cotizaciones previsionales, que contó con el voto favorable de 48 diputados de Chile Vamos, volvió a evidenciar el peso de la sensibilidad solidaria para justificar el Apruebo. Los argumentos que defendieron la necesidad de una transferencia inmediata y efectiva de recursos a la clase media, o reclamaron por la ausencia de una alternativa al segundo 10%, parecen ir en ese sentido, fuera de dar cuenta de presiones electorales que llevaron a los parlamentarios a privilegiar las medidas de corto plazo. Asimismo, chocaron con la sensibilidad subsidiaria (o liberal) asociada a la cartera de Hacienda y a una visión de Estado de largo plazo que tiende a sopesar las aristas y urgencias de una crisis multidimensional.
Estas tensiones, más allá de las pugnas de poder que se expresan a un año de las elecciones presidenciales y parlamentarias, reafirman la existencia de dos vertientes ideológicas en la coalición en base a las cuales se podría renovar el ideario de Chile Vamos (Alenda, 2021): el liberalismo (del que se desprende la sensibilidad subsidiaria) y el comunitarismo (del que se desprende la sensibilidad solidaria). En cuanto a los ultraliberales, cabe suponer que una parte se sumó al proyecto de José Antonio Kast. Tal como señalaron varios dirigentes de la coalición ante la posibilidad de un acuerdo electoral con Kast, con miras a la elección de la convención constitucional, esta sensibilidad no forma parte de la estructura ideológica de Chile Vamos.
COMUNITARISMO Y LIBERALISMO EN CHILE VAMOS
Tal como mostraron Alenda, Gartenlaub y Fischer (2020), la renovación de las ideas al interior de la centro-derecha debió mucho a la aparición de una nueva generación de think tanks (Fundación para el Progreso, Instituto de Estudios de la Sociedad y Horizontal, entre otros) a partir del año 2011, y de intelectuales públicos posicionados simultáneamente en diferentes espacios: centros de pensamiento, Universidades, medios de comunicación y partidos políticos. Esta renovación de las ideas se expresó de manera más notoria a través de la consolidación de un eje liberal cultural al interior de la centro-derecha, encarnado en particular por Evópoli, que inclinó a la coalición hacia posiciones progresistas en sintonía con el Chile actual.
Pero en Evópoli se encuentran también los gérmenes de la defensa de un liberalismo renovado en el eje Estado-mercado que articula las ideas clásicas del liberalismo (defensa de la propiedad privada, la sociedad como orden espontáneo, valoración de los derechos civiles y políticos de los individuos) con una vertiente más progresista, de justicia social (Alenda, Le Foulon, Del Hoyo, 2020). Hasta ahora, este enfoque liberal se ha expresado en particular a través de la agenda anti-abusos que denuncia los efectos de una desregulación del mercado que pervierte el principio mismo de competencia y la llamada “sociedad libre”. De ser efectivamente repensado al interior de la coalición, ese liberalismo podría diferenciarse del discurso neoliberal-mercantilista de los años 80-90 contribuyendo a la reflexión global sobre la necesidad de refundar el capitalismo y atacar de frente el problema de las desigualdades. Ello implica la renovación de ciertos esquemas intelectuales, partiendo por traducir los datos técnicos sobre el modelo de desarrollo “a un lenguaje político, con lo que dejan de ser puramente técnicos” (Mansuy, 2016: 17).
La segunda vertiente ideológica es el comunitarismo cuyas ideas permearon en particular a RN a través de las tesis de una nueva generación de intelectuales públicos, entre los cuales se encuentra Hugo Herrera. Esta corriente halló su lugar en una colectividad que desde el 2014 había dado muestras de acercamiento al centro. Ese mismo año, RN adhirió a los principios doctrinarios del socialcristianismo. En 2018 pasó a formar parte de la Internacional Demócrata de Centro y tendió puentes hacia la DC poniendo en marcha la Federación Social Cristiana.
Varios de los dirigentes de ese partido (Desbordes, Schalper, Chahuán, entre otros), independientemente de su voto en el plebiscito, se reconocen en esa doctrina que tiene, estratégicamente, ventajas comparativas respecto al liberalismo. Primero, fija un norte claro en la construcción de una narrativa más social que liberal para el partido más grande de la coalición. Segundo, ese norte ha demostrado la capacidad de sintonizar con las demandas de la ciudadanía, siendo parte de la derecha “social” o “solidaria” que adquirió mayor infuencia en contexto de crisis. Tercero, el comunitarismo, según uno de sus principales representantes, Amitai Etzioni, es una tercera vía (Etzioni, 2001) que no ataca fundamentalmente al mercado y busca más bien mantener el equilibrio entre estado, mercado y comunidad, criticando la intromisión en demasía del Estado en el mercado o en la comunidad. De hecho, cuando las derechas del mundo buscaron renovarse en el eje estado-mercado, recurrieron a las tesis comunitaristas cuyo foco está puesto en la sociedad civil más que en el Estado (Norman, 2014), lo que lo aleja del “estatismo” que le reprochan los defensores más acérrimos de la economía de mercado. Los comunitaristas sostienen más bien que “la propia sociedad de mercado no será capaz de sacarse a sí misma de los problemas de integración social en que se ha metido” y llaman a “una corrección desde la recuperación de la comunidad política, pero sin confundirla con el Estado” (Ortuzar, 2017: 29). El comunitarismo rehabilita también la subsidiariedad, en su sentido positivo, vale decir, fiel al espíritu de la doctrina social de la Iglesia según el cual el Estado tiene la obligación de intervenir en la economía corrigiendo los defectos de la iniciativa privada. Por último, el comunitarismo plantea que, en tiempos agitados, la propuesta de sustitución de la política por la economía pierde verosimilitud y es necesario replantearse la función del estado y del gobierno. En su versión chilena, esta doctrina merece sin embargo una nota de cautela cuando se ensaya a definir los límites de esa comunidad ensalzando las nociones de pueblo y territorio (Herrera, 2020). El riesgo latente es que la crítica a la lectura liberal de la relación entre estado y mercado se confunda con poner en entredicho los fundamentos de la democracia liberal.
CONCLUSIÓN
Hemos mostrado que las posiciones Apruebo y Rechazo dentro de la derecha no reflejan en sí mismas diferencias irreconciliables entre ambas posturas, reformistas en su mayoría (lo que se observa a nivel de las élites de Chile Vamos y del electorado). Pero esto no significa que no existan sensibilidades distintas en la coalición que pueden volverse más aparentes a la hora de acordar una posición común sobre los contenidos de la nueva Constitución, y exacerbarse en un contexto electoral. Las dos sensibilidades principales presentes al interior del conglomerado (“subsidiaria” y “solidaria”) remiten a dos vertientes ideológicas distintas que ofrecen a Chile Vamos un potencial de renovación, al mismo tiempo que oportunidades de converger en un proyecto de centro-derecha: el liberalismo renovado (en cambio, el libertarianismo aparece cada vez más extemporáneo) que estuvo en gérmenes en Evópoli y un comunitarismo despojado de todo romanticismo telúrico. Este último ha sido hasta ahora más hábil para construir una narrativa en base a la condena al Chicago-gremialismo que ha encontrado un eco favorable en el Chile post estallido social. Si bien ambos esquemas de pensamiento se diferencian por poner el acento, uno en la realización personal y el segundo en la colectiva, comparten la misma defensa de la subsidiariedad, noción que los comunitaristas han revisado en el sentido de una crítica a la concepción neoliberal de subsidiariedad como exclusión del Estado (Ortúzar, 2015; Mansuy, 2017). El tipo de Estado que podría emerger de esa convergencia combinaría así los principios de solidaridad y subsidiariedad: un alto nivel de desarrollo económico acompañado por un sistema de protección social que permita alcanzar elevados niveles de bienestar, al estilo del modelo anglosajón de estados de Bienestar como Australia o Nueva Zelanda.
NOTAS Y REFERENCIAS
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