Columna publicada en La Tercera
A veces es un tema olvidado entre analistas electorales, pero las elecciones no se ganan sólo por ser más simpáticos o tener más aprobación. Las elecciones son procesos complejos donde votantes tienen que decidir entre quiénes les gusta más, quiénes son más cercanos ideológicamente y, con más relevancia que nunca, quiénes son más competentes en gobernar.
La obsesión con encontrar una figura atractiva o un líder que pueda arrastrar votos obedece a dos factores: un sistema hiperpresidencialista con un énfasis en la personalización de la política; y una falta de comprensión sobre cómo toman la decisión los y las votantes. Sobre lo primero, no hay mucho que decir. Chile hereda su sistema en una combinación de la tradición americana y los resabios autoritarios de la dictadura. Tenemos un modelo donde quien dirige el Ejecutivo puede, por ejemplo, esperar un mes para promulgar una ley que no le gusta y tomarse sólo 3 horas en la que le gusta. O vetar leyes que han sido aprobadas por el Congreso, a pesar de que esto vaya contra una mayoría amplia. Es por eso que tratamos de entender la elección presidencial como quien mira a un concurso de popularidad. En vez de mirar a las competencias, analistas de todos los lados se enfocan en las supuestas características personales de quienes buscan liderar.
Pero las elecciones no ocurren en el vacío. Los actores políticos no ganan sólo por sus atributos personales ni por su simpatía. Las decisiones de los votantes se toman dentro del contexto en el que están, analizando las opciones disponibles y contrastándolas con una serie de atributos. La ciencia política lleva un buen tiempo analizando esto en términos de quién es más competente para cumplir su labor. Algunos lo reducen simplemente al llamado voto económico, es decir, a que votantes castigan a la coalición en el poder cuando la economía va mal. Otros plantean nociones como el de propiedad de los temas, donde ciertos sectores tienen, en el imaginario popular, más capacidad de cumplir promesas en algunas áreas. Es en ese sentido donde la carrera del próximo año toma ribetes completamente nuevos, la (in)competencia se vuelve más clave que nunca.
Es difícil creer hoy que la elección del 2021 se defina por la economía. Hay una crisis mundial en formación y va a ser difícil convencer al electorado de que una u otra coalición puede mejorar esto. Menos en un país chico y extremadamente sensible a los ritmos externos. Por eso mismo, la capacidad de sobresalir en ciertos temas se vuelve más relevante. La derecha ha sido históricamente propietaria de temas como la economía y el control de la delincuencia. El primero está fuera de juego por la pandemia, el segundo lo perdió con su reacción al levantamiento de octubre de 2019 y con la confirmación de que no tienen control sobre las policías. Así, otros temas históricamente relacionados con la centroizquierda se han vuelto más relevantes, como la protección social y la salud pública. Y, al menos en el último, el gobierno ha pasado de fracaso en fracaso.
Entonces, ¿y si en vez de quebrarse la cabeza buscando a la persona para liderar un proyecto, la oposición ocupa esa ventaja en construir un proyecto con independencia de quién lo dirija? Gran parte del discurso sobre la falta de liderazgos en la izquierda obedece, en mi opinión, a que han privilegiado el “quién” sobre el “qué” o el “cómo”. Están entrampados en buscar a alguien que marque mejor en las encuestas en vez de pensar dónde están las ventajas comparativas comparativas del sector.
La tarea no es fácil, los partidos y coaliciones de la oposición tienen aprobaciones aún más bajas que el gobierno y, además, sufren de una aversión algo infantil a trabajar en conjunto. Pero también tienen al frente a un gobierno claramente incompetente en aquellos temas donde la ciudadanía ha puesto su foco. Esta elección puede dejar de ser sobre quién es más simpático o pasa más tiempo en los matinales y convertirse en una sobre quién ofrece soluciones más razonables para los enormes desafíos que se vienen. Para eso no se necesita una cara amable sino que un proyecto creíble.