Publicado originalmente en La Tercera
Salvo honrosas excepciones -como el plan de vacunación-, el gobierno ha jugado bajo la doctrina de la imprevisión. Es decir, no hacer nada hasta que los hechos, la urgencia o la evidencia hacen imposible evitar la decisión. Juega a que todo evento es un imprevisto, todo evento es algo sorpresivo que no era posible de anticipar. Traslada la responsabilidad de las decisiones a otros y, con ello, renuncian a ejercer su rol.
La pandemia ha hecho más claro que nunca cómo este gobierno ha ejercido -o dejado de ejercer- el poder. No quisieron reaccionar a los brotes iniciales de la pandemia hasta que los alcaldes decidieron cerrar los colegios. Ocuparon una declaración jurada para tratar de que el virus no ingresara al país, hasta que debieron cerrar parcialmente las fronteras a la luz de la evidencia que llevaba semanas en sus narices. Han ocupado a destajo una estrategia de cuarentenas dinámicas, a pesar de que la evidencia ha mostrado que su efectividad es nula en los sectores más pobres. Hace un par de semanas, el ministro de Salud declaraba que no pensaban en aplicar cuarentenas en Santiago; millones de personas encerradas hoy lo saludan.
En términos económicos, no obstante, salen orgullosos a mostrar que Chile es de los países que más recursos han entregado, obvian que ha sido a regañadientes del gobierno. Es imposible olvidar dos exministros, hoy reconvertidos a candidatos, felicitándose por no ceder a entregar más dinero. Incluso, personeros del oficialismo llamaban a no aumentar las ayudas para evitar que la gente dependiera del Estado, como si eso no fuera exactamente lo que debía haber ocurrido desde un principio. A tal punto llegó la imprevisión, que el retiro de los fondos de las AFP les explotó en la cara. Forzados por las circunstancias, el segundo retiro terminó siendo una ley presentada por el Ejecutivo.
La última víctima de esta doctrina son las elecciones. Por meses se ha advertido sobre los riesgos y la potencial baja participación. La sociedad civil ha presentado propuestas de voto anticipado, domiciliario, postal, entre otros. El gobierno decidió ir por la menos favorecida (el voto en dos días), aunque se le advirtió que podía no ser suficiente. Hoy, a dos semanas de la elección, el gobierno vuelve a improvisar. Nos dicen que la situación sanitaria empeoró (como si eso no era evidente hace semanas) y que se hace imposible realizar elecciones en abril. Con ello, trasladan la carga a los miles de candidatos y candidatas, particularmente los independientes. Les cargan el problema a los municipios cuyos alcaldes son subrogantes a la espera de la elección. Todo eso sin ninguna evidencia o certeza de que la nueva fecha propuesta en mayo sea la definitiva.
Ante un sinnúmero de situaciones evitables, el gobierno ha preferido cerrar los ojos y empujar hacia adelante. Puede que al ministro de Salud le molesten las críticas, pero sus lisonjas y rabietas no esconden lo evidente: han tratado de hacernos creer que todo era inevitable, incluida su impericia.