Publicado originalmente en La Tercera
Habrá muchos análisis sobre la votación del plebiscito, ya que es difícil recordar una votación en Chile donde hubiera una mayoría tan contundente y clara. También habrá tiempo de revisar los índices de participación, en los que tenemos que incorporar un aumento destacable en la votación de las comunas de menos recursos y el potencial impacto que tuvo la pandemia. Mal que mal, en la mayoría de los países que han tenido elecciones desde inicios de año, la participación electoral ha disminuido.
Pero una vez que pase la euforia, será tiempo de mirar hacia lo que viene y en cómo no desperdiciar la oportunidad que nosotros mismos nos hemos dado. La votación de ayer es contundente no sólo en términos del porcentaje, son que en la diversidad de su composición. Detrás del Apruebo se unen personas de distintos espectros políticos, orígenes sociales y caminos de vida. Todos, con sus distintos motivos y anhelos, quieren construir un nuevo acuerdo sobre cómo organizar la sociedad y resolver nuestros legítimos desacuerdos. Pero eso no siempre es lo que ven entre quienes ejercen la política.
No obstante algunos momentos notables, como el acuerdo constitucional del 15 de noviembre de 2019 que abrió la posibilidad a este plebiscito, en el último año hemos visto un sinfín de peleas pequeñas, llenas de descalificación y agresividad. El debate político entre nuestras autoridades y representantes ha sido incluso más violento y polarizado de lo que vimos en las urnas. Nuestras élites han estado peleando en el barro por mucho tiempo y es hora que acusen el golpe.
La votación de ayer fue posibilitada por la institucionalidad política – partidos políticos, Congreso, Gobierno – pero aún no les pertenece. Y eso es algo extremadamente preocupante ya que el sistema que diseñaron requiere de la participación y el control de los mismos actores políticos que anoche celebraron (o pasaron sus penas) en sus respectivos comandos y no en la calle. Entonces, la pregunta es cómo logran representar y encauzar un proceso que ya no es de su propiedad.
Para ello, propongo dos claves. La primera es que la discusión constituyente no sea entre los mismos de siempre. Eso requiere que los partidos políticos abran sus listas a representantes de la sociedad civil, así como también que implementen mecanismos efectivos de participación ciudadana durante el proceso. Más allá de quién gane en las urnas, lo cierto es que lo harán con confianzas prestadas y no con la lealtad que les gustaría.
Lo segundo es que nuestros representantes salgan del barro en que han estado peleando el último año. El plebiscito muestra, y muchas investigaciones lo confirman, que la ciudadanía está hastiada de una pelea constante que no es más que una performance. Las declaraciones cruzadas en redes sociales, las interrupciones constantes en peleas de matinales, las acusaciones ante la prensa son una muestra de una élite que está más polarizada y preocupada de sus desacuerdos que de las expectativas de la población. Esto tiene un reflejo claro en las ya inentendibles disputas entre fuerzas de la oposición. Por una parte, quienes se excluyeron del proceso o llegaron tarde al mismo, tratan de asignarse un triunfo por el que no creían. Y, por otra parte, quienes sí pagaron costos personales y políticos por poner la institucionalidad por delante, ahora no logran entender que la oportunidad frente a ellos es más importante que sus deseos de construcción de identidad o de diferencias.