Publicado originalmente en La Tercera
Tengo una fascinación con el trabajo en ciencias sociales que construye teoría desde la evidencia (ya sea como fuente o como espacio de comprobación). No se trata de creer que la única forma de crear conocimiento sea a través del método científico, pero sí de acercarse a cualquier fenómeno con la profunda convicción de que uno puede estar equivocado. Esa definición que tanto (nos) hace falta en el debate público y que nos llama a tener más dudas, ser más críticos y mirar con escepticismo a quienes hablan desde verdades absolutas.
La semana pasada tuvimos claros ejemplos de una y otra escuela. Por un lado, una carta de Cristián Warnken en la que, luego de varios párrafos desnudando sus propios prejuicios, llama al ministro de salud a interiorizarse de los problemas de obesidad. Asimismo, invita a políticos, sociólogos y antropólogos a pasearse por el litoral central para interiorizarse del problema. Más allá de discutir el tono clasista de su carta, me interesa ver cómo el autor teoriza con independencia (o quizás ignorancia) de la evidencia. No sólo el ministro y, con ello el Estado, conoce bien la situación de la obesidad en Chile, sino que llevamos años generando investigación y políticas públicas sobre el tema. Algunas de esas medidas, como el etiquetado de alimentos, han tenido efectos positivos. Falta mucho, por cierto, pero no por eso vamos a reinventar la rueda cada vez que salgamos a la playa.
Quizás el uso de evidencia también le hubiera permitido a Warnken responder su pregunta sobre por qué el mismo pueblo vota en una elección por Piñera y en la siguiente por Bachelet. La clave es que no se trata, efectivamente, del mismo pueblo. Quienes cambian su voto entre una elección y otra es un número marginal y las elecciones con voto voluntario se ganan en llevar gente a votar. Es decir, en que la composición de ese “pueblo” sea distinta. Esa noción de un pueblo como ente homogéneo es, precisamente, uno de los problemas del debate actual; una simplificación peligrosa.
Al frente, tuvimos una entrevista a Kathya Araujo, investigadora de la USACH y una de las mejores intérpretes de la sociedad chilena en los últimos 15 años. Araujo, sin la misma tribuna, lleva años planteando una teoría sobre el malestar y las relaciones sociales, pero anclada en lo que le muestran los datos. Su trabajo es metódico y, sobre todo para quienes no somos tan asiduos a las técnicas cualitativas, admirable. Araujo nos planteó esta semana que las reacciones y soluciones al conflicto social no son simples, que hay cosas que parecieran contradictorias (como que el empoderamiento no es lo mismo que el rechazo a la jerarquía), y que hay riesgos en sobreinterpretar los eventos del estallido social a favor de nuestras propias posturas ideológicas. Pero aún más importante, Araujo se para desde el espacio que ocupan quienes asumen que pueden estar equivocados. Las respuestas son probables, no deterministas. Las explicaciones son objeto de crítica y cuestionamiento.
¿Por qué es importante considerar la evidencia? Tal como muestran los ejemplos citados, hay grandes diferencias entre quienes se acercan a la realidad en busca de una anécdota con la que confirmar sus prejuicios, y entre quienes buscan la evidencia como una forma de saber si sus teorías están en lo correcto. Los segundos son quizás menos atractivos, pero mucho más relevantes en un ambiente electoral lleno de certezas sobre lo que el “pueblo” (sea lo que sea que interpretan como tal) quiere, desea, sufre o promueve. Cuidado con quienes pretenden saber las respuestas sin siquiera cuestionarse las preguntas.